Cuando un proyecto no llega a término, o mejor dicho, cuando dos proyectos no llegan a término, debes saber reconocer que es mejor tirar la toalla.
Hace un año, por estas fechas, estaba pletórica. Tenía un proyecto nuevo, la ilusión era desbordante. Me sentía como una niña con zapatos nuevos. Hoy estoy decepcionada y triste.
Era un proyecto que podía llevar junto con mi trabajo en CoworkingValencia. Se trataba de una plataforma online para compartir conocimientos.
Allá por el mes de abril, un conocido me contó el proyecto que tenía entre manos. Me encantó desde el primer momento. Me pareció genial. Pensaba en cuánto me hubiera gustado participar en algo así. Deseaba trabajar en la ilusión de conseguir que se convirtiera en un éxito. Un mes después, me llamó por teléfono y me preguntó; «¿te interesaría formar parte de este proyecto?», todavía me estremezco al recordarlo. No me lo podía creer. Era como estar soñando. Nunca podré agradecerle la inyección de optimismo, ilusión y confianza que me dió. De ser un conocido, pasó a ser mi socio.
Hemos trabajado muy duro, sigo convencida de que bien desarrollado, nuestro proyecto puede ser brillante, pero he tirado la toalla, jamás llegaré a cumplir los objetivos previstos. La plataforma está avanzada, pero no creo en el proyecto tal y como está en estos momentos. Mi socio es el programador, y tenía razones contundentes para decir que ya no invertiría ni un minuto más en programar si yo no conseguía usuarios. He sido incapaz de generar visitas y usuarios, y no lo conseguiré..Por lo tanto, hace un par de semanas tomé una decisión dolorosa: dejar el proyecto.
Los últimos meses fueron angustiosos. Lo que comenzó siendo un sueño, se había convertido en una pesadilla. Un año de esfuerzos, y de ilusiones, tirados por la borda. Me he sentido (y me siento) culpable de no tener fuerzas ni recursos para continuar. Además, he abandonado en la cuneta a una persona que había confiado en mí.
Después de todo, se puede decir que no es tan grave. No hemos perdido dinero. La inversión en tiempo ha sido enorme. Si valoro en euros las horas dedicadas por ambos, sería bastante dinero. Si le doy el valor real a ese tiempo, reconozco que me voy con una mochila llena de conocimientos adquiridos, de experiencias, y de muy buenos recuerdos. Dejo la ilusión en el cofre del tesoro. Me siento fatal por mi socio, y aunque diga que lo entiende, no aligera mi pena. Es un gran tipo, ha soportado estoicamente mis malos momentos durante nuestra aventura, ha sabido mantener el barco a flote, ha capitaneado bien la nave, ha trabajado muy duro. No se merece haber tenido una socia como yo. Eso me duele más que cualquier otra cosa.
Al final, me sigo sintiendo como un elefante en una cacharrería, capaz de destrozar todo lo que se encuentra por delante, sin darse cuenta del daño que ocasiona.
¡Lo siento socio!