la familia Lafuente Montesa
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El duro momento de soltar amarras y dejar que los hijos vayan solos

Tengo un hijo y una hija. Aunque haya intentado educarlos igual, cada uno es diferente. De todas las cosas que he hecho en mi vida, lo mejor, lo más apasionante, lo más bonito, y lo que más felicidad me ha dado, es haber tenido hijos, vivir con ellos y ver cómo crecen.

mar lafuente la familia Lafuente MontesaDisfruté  cuando eran bebés, y me encantá ver las personas en las que se están convirtiendo. Ni en mis mejores sueños hubiera pensado que mis hijos serían así. Antes de tener niños, intentas imaginar cómo será tu vida y cómo serán ellos. Es imposible proyectar algo así. No sé lo que pensarán otros padres y otras madres, para mí han superado cualquier expectativa.
No me canso nunca de decirles lo que les quiero, y de demostrarlo con besos y abrazos. Pero ahora está llegando uno de losRuben Lafuente la familia Lafuente Montesa peores momentos (o eso es lo que me parece), he de demostrar cuánto les quiero dejando que vivan su vida. Son adolescentes, quieren descubrir la libertad, sentirse independientes. Y yo quisiera tenerlos siempre a mi lado y protegidos, me parece que todavía son pequeños. Pero eso ya no es posible.

Los mayores tesoros de mi vida, nunca han sido míos. Las personas no son propiedad de nadie. Es una lección dura de aprender, y de aplicar.

Con el verano, las cosas empeoran para mí. Para ellos es un periodo estupendo, es la época en la que pueden experimentar libertades impensables en invierno. Salir hasta tarde (o pronto), dejar que viajen sin sus padres, y ver cómo disfrutan con megafiestas que me aterran.

Así estoy, soltando amarras y esperando que lo que he intentado que aprendieran durante estos años sirva de algo, y hayan aprendido a navegar sin mí.

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mamá tu no sabes nada de esto, deja que lo haga a mi manera!. Rosa Montesa
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¡Hemos aprobado!

Cuando eres mamá, es muy duro aprender a distanciarte y a desprenderte de los hijos.Mi hija Mar ha aprobado!!! Este verano ha sido como una prueba de fuego. Mi hija ya tiene 16 años, en algunas ocasiones sigo pensando que me necesita como si fuera un bebé, pero ella se encarga de recordarme que se hace mayor. No se trata solamente de su tamaño,  se está convirtiendo en una preciosa mujercita. Me cuesta reconocer ese cuerpo, pero me voy haciendo a la idea.

El caso es que sus resultados académicos ya no dependen de mí. Este año suspendió inglés en junio, debía volverse a examinar en septiembre. Hubo una época en la que sentarme a hacer los deberes con ella era necesario para complementar lo que los profesores no podían hacer. Pero ya ha llegado el momento de admitir que es mayor, que no puedo seguir por ese camino. En un par de años estará en la Universidad, y no podré estudiar con ella. De hecho, en más de una ocasión le he llegado a decir que si se le ocurre comenzar unos estudios en los que tenga que sentarme con ella todos los días, lo tendríamos que decidir las dos, estudiar juntas Y MATRICULARNOS JUNTAS. Obviamente, una adolescente se espanta ante similar propuesta. Ella sabe que no me importaría volver a la Universidad, que no lo digo en broma.

Pues bueno, este verano suspendimos inglés, si «suspendimos», me siento culpable por no haber insistido y por no haber estudiado con ella, no supe poner una solución a tiempo, una ayuda en forma de profesor particular o academia. Después de hablar con su profesora, descubrí que yo también suspendería en el lugar de mi hija. Me encantan los idiomas, hablar con personas de otros lugares, me atrevo a dar conversación a cualquiera. No me preocupa no ser gramaticalmente correcta o cometer errores de pronunciación. Se diría que no tengo vergüenza, y que me supera el deseo de hablar y comunicar. Cuando le comenté a su profesora que yo soy una analfabeta en inglés, que cuando quise aprender me fui a Inglaterra a cuidar niños durante casi un año, y que intento mantener lo aprendido practicando, viendo películas o escuchando música, ME MATÓ, me dijo que lo que mi hija necesitababa era hacer ejercicios, y ejercicios y más ejercicios. Estudiar, estudiar y más estudiar. No dudo que tenga razón, pero algo tan bonito como aprender a comunicarse con el resto del mundo, lo convierten en un horrible castigo. En pocas palabras me dijo que yo no era una persona válida para enseñar a mi hija. El cielo y las nubes Time Lapse

Pues dicho y hecho, mi hija no ha querido ningún tipo de ayuda. Ha estudiado sola. No ha querido profesores particulares, me ha preguntado lo justo, no ha querido que me sentase con ella. Me he limitado a despertarla todos los días del verano sobre las 9:00, un martirio estival para ella, para mí la excusa perfecta para madrugar, ver amanecer y pasear por la orilla antes de despertar a la niña.  Luego nos sentábamos en la mesa, yo a lo mío y ella  delante del libro, hacía ejercicios y más ejercicios (siempre los mismos), estudiaba de memoria no sé qué. Mientras yo pensaba que eso era un horror, que no aprobaría, que era imposible superar una prueba de inglés de ese modo, ella insistía,  lo quería así y lo dejé estar.

Abi at homePara hacerlo un poco más llevadero, tuvimos una invitada inglesa en casa. Era una niña encantadora, pero mi hija no le hizo mucho caso, no aprovechó la oportunidad para aprender inglés y preparar su examen. Cuando Abi se volvió a Inglaterra, su madre nos devolvió la invitación, y mi hija contestó literalmente: «Abi, say thanks to your mum, but I can’t go with you, I have to prepare my exam». Yo me reí, mi hija me dijo que yo no entiendía nada. Y es verdad, en muchas ocasiones me siento como una marciana. Esta es una de ellas.

He de reconocer el esfuerzo de Mar, si hubiera sido un examen de física, biología o historia, también hubiera aprobado. Ha estudiado mucho. Y HA APROBADO!!!!

Yo también estoy contenta, como mamá, también he aprobado. He hecho caso a mi hija, le he dejado hacer lo que le parecía más conveniente. Y tenía razón.

Mi hija Mar ya es una mujercita

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Mar
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¡Deseo cumplido!

Deseos, objetivos, metas… 

baby 5

Hace hoy 16 años que nació mi hija. Estando embarazada llevaba esta camiseta. No he querido desprenderme de ella, quiero recordar siempre lo que decía:

Bebé,

Quiero que tengas unos ojos preciosos,

Unas piernas largas y rectas,

Una maravillosa inteligencia,

Pero lo que realmente cuenta:

Un enorme y gran corazón.

Antes era yo quién acompañaba a mi madre en el camino, ahora ella se ha unido a nuestro paseo.

Cuando estaba embarazada, no tenía ni idea de cómo serían mis hijos. Igual que dice en la camiseta, deseaba que fueran listos, guapos… Pero lo más importante: deseaba que fueran buenas personas.

Ahora, con el paso del tiempo, reflexiono sobre estas palabras, no sé si son deseos, objetivos, metas…

Primero tienes un deseo: tener hijos. Esta fase me duró toda la vida, desde que recuerdo, siempre he querido tenerlos. No era fácil encontrar al padre perfecto. Y cuando lo encontré, tardé años en decidirme.

Después, te pones a trabajar duro por conseguir el objetivo de quedarte embarazada. Es una labor agradecida, siempre me ha gustado esta parte. Pero no es tan bonito cuando tarda meses en llegar. Cuando te quedas embarazada,  estás en una nube de felicidad, comienzas a compartir la alegría y, de repente, PLOF!!! Toda la ilusión se va al traste. .

Vuelves a intentarlo, consigues quedarte embarazada. Pero esta vez, la alegría se comparte con precaución. Además, para dos de las personas más ilusionadas, ya era demasiado tarde. Si hubieran aguantado unos meses más, esta preciosidad les hubiera alargado la vida.

Nace tu primer retoño, parece que has alcanzado el deseo de tener hijos. Es cuando realmente aprendes eso de «lo importante no es la meta, sino el camino».

Ya no sé si son deseos, objetivos, metas… El caso es que deseas de corazón algo, trabajas por conseguir el objetivo, entonces te das cuenta: se trataba de una pequeña meta. Lo importante ya no es llegar, es cómo llegar. Disfrutar del bebé, de la niña, de la adolescente y de la preciosa mujer en la que se está convirtiendo.

Crees que debes de enseñarle todo. Otro gran error. Las lecciones más importantes de mi vida me las han enseñado mis hijos.

Cuando estaba embarazada, no sabía como sería mi hija a los 16 años, pero imaginaba, y deseaba, que fuera como es.

Tiene unos ojos preciosos,

Unas piernas largas y bonitas,

Es lista,

Y, lo más importante: tiene un gran corazón.

Soy afortunada, aunque me haya costado trabajo y esfuerzo, he conseguido que se cumpla mi deseo…

Pero esto es solo el principio …

Mar cumple 16 años

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Familia Numerosa - Rosa Montesa
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¿Seguro que quieres hacerme esa pregunta?

¿Cuántos hijos tienes?

Familia Numerosa - Rosa Montesa

Foto del albúm familiar

Si nunca os habéis parado a escuchar con detenimiento la respuesta que damos los papás y las mamás. Hacedlo a partir de ahora. La pregunta es tipo test,  sobraría con dar un número. Incluso, sin hablar, solo con los dedos de la mano, sería suficiente.

En los formularios, solo nos queda la opción de poner la cifra. En algunas ocasiones nos dejan explayarnos, y nos preguntan la edad y el sexo.

Pero cuando nos preguntan, no solemos responder con la suma total de hijos. Eso se nos queda corto. Necesitamos añadir detalles. El nombre, el sexo, la edad,  si están casados o trabajan, etc.

Me recuerda a esas preguntas de examen en las que el profesor dice «desarrollar el tema». ¿Pero que tema? ¿La respuesta no era tipo test?

No he visto jamás una pregunta que pueda desarrollarse tanto. Los padres somos capaces de contar, de cada uno de nuestros hijos, cada acontecimiento de su vida, desde el embarazo, parto, peso al nacer, sexo, edad, estudios, estado civil, trabajo, aficiones, personalidad, etc.  Vamos, que tenemos para escribir la Biblia, pero eso sólo con uno, si multiplicamos por el número de hijos….

¡Mejor que no nos hagan la pregunta!

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Pasa la vida, y sigue a mi lado.

¡Parece que fue el otro día!

Rubén y Rosa, 1988

Con nosotros funcionó eso del amor a primera vista. Un flechazo, hace hoy 25 años. Él se convirtió rápidamente en el protagonista de mi vida. Ha asumido muchos papeles:  novio, apasionado amante, compañero,  pareja… y después de firmar un contrato, el de marido.

Cuando a su madre se le estaba apagando la vida, me hizo prometerle que yo cuidaría de él como lo había hecho ella. Así que heredé también un hijo.

De todos los papeles que ha ido teniendo en la historia de mi vida, el más importante, el que jamás dejará de ser, pase lo que pase, y el que ejerce con un amor desbordado, es el de padre de nuestros hijos.

Hemos vivido tantas cosas… Desde fuera, la película se puede ver muy bonita. Pero la convivencia no es tan fácil como parece. Solamente nosotros dos conocemos la verdad de nuestra historia.

Hemos pasado situaciones realmente difíciles, duras y complicadas. Han sido auténticas pruebas de amor. Pero cada superación, ha reforzado la relación más y más.  Tenemos heridas, pero parece que ya hayan cicatrizado para siempre. Ambos sabemos que somos muy afortunados teniéndonos el uno al otro, somos imperfectos, pero hemos aprendido a compensar la balanza.

Mi querida suegra sabía que pasaríamos por momentos en los que debería recordar mi promesa, y tendría que cuidar del niño de sus ojos. Cuidando del hijo, recuperé al compañero de viaje, al maravilloso amante y al padre de mis hijos.

Juntos, hemos aprendido a reírnos de las cosas cotidianas. Conozco cada poro de su cuerpo, el olor de su piel, sé lo que va a contestarme antes de que le pregunte… Hemos cuidado el uno del otro cuando hemos estado enfermos, y nos hemos entendido en los malos momentos.

Me enfado cuando no es el hombre perfecto, cuando no me entiende,  cuando no sabe escogerme el mejor regalo, cuando me dice verdades que no me gustan… Entonces desearía que fuera diferente, y más alto, y más delgado, y que fuera multimillonario… ¿Yo qué sé cuántas tonterías más? Hasta incluso, en momentos de flaqueza, hubiera querido que fuera Georges Clooney.

¡Qué tonta soy! Lo que sucede, es que no me entiende cuando no me sé explicar, soy una desagradecida con los regalos que me hace, y me dice verdades por mi bien. Es el hombre más guapo que conozco, un tipo estupendo, no es multimillonario, pero sabemos vivir con lo que tenemos. Y lo de Georges Clooney… no tiene nombre!

No compartimos todas nuestras aficiones, tenemos amigos que son sólo unos conocidos para el otro, no nos gustan los mismos libros, ni las mismas películas. Yo sé que le haría muy feliz si fuera de su equipo de fútbol, o si practicase deporte con él. Pero sabe que yo sería inmensamente infeliz. Hemos aprendido a dejarnos espacios en los que no entramos, o no cabemos.

Nuestra relación ha ido cambiando, acostumbrándose a lo que nos ha deparado la vida. Compartimos un inmenso amor, una gran pasión y unos hijos a los que queremos más que a nuestras propias vidas.

¡Y seguirá pasando la vida!

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