Dumbo, como mi papá
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¡Como mi papá!

Dicen  que hoy es el día de la Madre. Todos sabemos que es una excusa para vender. Pero es una buena razón para escribir este post. Me gustaría dedicarlo a las mamás que hay en los papás. En especial, a tres grandes madres que hay en mi padre, en mi hermano y en mi marido.

Mi padre,  cuando ni se estilaba, no se perdió ni un sólo parto de sus hijos, nos cambiaba los pañales, nos daba biberones y nos acunaba. Seguro que le hubiera encantado haber podido quedarse embarazado. Sobre la madre que hay en mi hermano, veo a mis preciosas sobrinas, y noto como han aprendido por el ejemplo que han visto en él. Como padre separado, ha ejercido de papá y de mamá de un modo extraordinario.

Pero del que puedo hablar, mejor que de ningún otro, es del padre de mis hijos. Cuando mi hija era tan chiquitina que no sabía casi ni hablar, le gustaba ver la película de Dumbo. Una de las cosas más bonitas y entrañables que decía cuando veía la película era: «mira, como el papá». Y eso era por ver como la mamá de Dumbo bañaba, acunaba y se desvivía haciendo cariñitos a su bebé.

¡El amor y la sensibilidad no entienden de sexo!

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caminando con mi madre
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Caminando con ella…

caminando con mi madre

Mi madre y yo caminando

Caminar con ella es como caminar conmigo misma dentro de unos años.  

En ella me voy descubriendo a mí misma. Mi hija dice que somos clavadas. Sin embargo, mi abuela decía que no nos parecíamos. Abuelita ¡qué equivocada estabas! ojalá pudieras ver el parecido entre tu hija y yo, te sorprenderías.

Mi madre y yo nos vamos pareciendo, más y más, según pasa el tiempo, ¿a que sí mamá?. Pero esto no tiene que ver  con nuestro aspecto físico, es algo más.

Cuando era pequeña, pensaba que mi madre era la más pesada del mundo cuando hablaba de sus hijos. Pues yo he tomado el relevo. Ahora es mi hija la que piensa que soy la madre más pesada del mundo.

Somos seis hermanos, yo soy la única chica. Me molestaba cuando mi madre me hacía comentarios del tipo «déjalos estar, ellos no lo entienden», «no vale la pena discutir con ellos», etc. Me sentía discriminada. Yo tenía que entender cosas obvias y sentimientos, sin explicaciones. Cuando me decía: «ellos son chicos, tú eres una chica», lograba desesperarme. pero ahora, con el paso de los años, entiendo tantas cosas. Mamá, tenías razón. Aunque eso no tiene nada que ver con el sexo, tiene que ver con la sensibilidad de las personas. Las mujeres, y las mamás, vemos el mundo desde una perspectiva diferente.  Mamá, ahora ya lo comprendo.

Si un hombre (o una mujer)  no ha desarrollado esa sensibilidad, no merece la pena explicarle nada, ni discutir. Sea tu hijo o tu hija, da igual.  Tenías razón, no vale la pena discutir, ni pedir que te quieran, ni que te den besos, ni que te cuiden, ni que estén a tu lado, ni que te ayuden, ni que te acompañen. Si quieren, ya lo harán. Peor para los que no lo hacen. Ya se arrepentirán cuando sea demasiado tarde. Y he de decir que tenías razón, con el tiempo, van aprendiendo la lección.

Cuando era pequeña, veía a mi madre como la más guapa de todas las mamás, la que tenía mejor tipo, los ojos más bonitos, la más estilosa… pero ella siempre recordaba tiempos mejores. Me consta que mi hija me ve igual, pero yo me empeño en recordar que hubo otros tiempos mejores. Mi madre es una mujer de más de 80 años guapísima, sus canas, sus arrugas, su estilo… es extraordinaria. Creo que no hay mujeres de su edad tan guapas, ni tan activas. Con una cabeza y unas manos envidiables. Es capaz de hacer lo que se proponga, sin embargo, no para de recordar cómo era hace años, cuando el físico y las energías eran otras. Mamá, yo hago lo mismo.

Eso es lo que tienen las madres y las hijas, no creo en las reencarnaciones. Pero hay un «algo» más importante que se transmite de generación en generación. Es un relevo, una especie traspaso de energías, experiencias y capacidades. El legado de mi madre se va infiltrando en la piel, yo intentaré que lo hereden mi hija y mi hijo. Pero para que eso suceda, es necesario el amor y  la convivencia. Es un aprendizaje que voy haciendo mientras camino junto a ella.

Mi madre ha dejado una huella genética en mí. Cuando camino con ella, me  sorprendo con las otras huellas que me va dejando en cada paso que damos juntas.

pisadas en la arena, caminando con mi madre

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